
Superficialmente profundos, rostros gentiles, actos vacíos. Versos dispersos sin raíz ni contexto, nominalismo a flor de piel, rituales sin fuego ni altar.
El club social de normas y moral ha desplazado al Espíritu. Códigos sin cruz, modales sin quebranto.
Lo precioso y excelente, las camas duras sin santos, el largo dormir de los escogidos, y las vigilias sin valientes. El entretenimiento, el centro de una mesa con entes ausentes.
Amaneceres sin causa, oraciones forzadas, rudimentos en textos, mientras la vida de los héroes de la fe se borra como rastro en el agua.
Conversaciones sin peso eterno, reflexiones alrededor del ombligo. Los lujos, el todo.
Cristo, al parecer, una moda.
El hedonismo cristiano —el placer por lo eterno— reducido a métodos y disciplinas.
Cristo sin Cristo.
La cruz, apenas un dibujo sin gloria. La adoración, ya no espera de amantes, sino agendas con tiempos medidos.
¿Dónde están las cartas al Amado, escritas con lágrimas y fuego? ¿Dónde el anhelo por Su rostro más fuerte que el deber?
La esperanza en gloria está silenciada, las doctrinas, arrinconadas. Pero hay un remanente que corre,
que grita con voz firme:
¡El cielo gobierna!
¡Maranatha, Cristo viene!
“Pues el mundo solo ofrece un intenso deseo por el placer físico, un deseo insaciable por todo lo que vemos, y el orgullo de nuestros logros y posesiones. Nada de eso proviene del Padre, sino que viene del mundo; y este mundo se acaba junto con todo lo que la gente tanto desea; pero el que hace lo que a Dios le agrada vivirá para siempre.”
1 Juan 2:16-17 NTV