
No quiero olvidarme del placer
de disfrutarte en esta vida.
Los mares y los atardeceres
son fugaces historias,
sombras de algo más grande
que mis placeres confunden
en egos disfrazados de plenitud.
La vida y sus plataformas,
y el «yo» siendo yo, engrandecido.
El amigo del novio roba su gloria,
y la amargura, a viva voz,
canta por el fin de su esplendor.
Los pasos parecen grandes, imponentes,
seguros por su todo…
pero en su todo,
como agua entre las manos,
aterran y entierran el alma:
huertos y tulipanes
en sequías sin gloria.
¿Quién soy sin ti,
si tú eres —y debes ser—
el todo en mi vida?
Desdicha del corazón
perdido en el lodazal,
pero dicha de la gracia
que al hombre sella los ojos
en la eternidad.
Las rocas…
y tú: lo más seguro en esta vida.
En lo crudo del dolor,
tu amor desnuda el ser,
aviva y alivia
los dolores de mi alma.
Inconmovible, alto y profundo,
en medio de mis ruinas,
atraes mi corazón,
para saciarlo en un mar de virtudes
que embellecen mis días.
Pocos oyen los llamamientos…
pero el destello de tu ser cautiva
y en la fe, arriesgan todo por tu causa.
“En un mundo de sombras y placeres fugaces, solo tu amor permanece: roca firme, llamado eterno, plenitud verdadera.”
“siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.”
1 Pedro 1:23-25 RVR1960
“quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,”
2 Timoteo 1:9 RVR1960