
Que al cerrar los ojos…. podamos ver al Cristo resucitado, en gloria y majestad.
Cada vez que los cerramos, algo en nosotros muere: se apaga el día, se desvanece el viejo hombre, y en su lugar despierta la esperanza…. la vida del Espíritu…que renueva lo que parecía perdido.
Cerrar los ojos…es confiar para la eternidad.
Es descansar en el misterio de la resurrección, mientras el cielo se abre con aires nuevos y aromas de gracia.
Es como si el alma recordara… su verdadero hogar.
En su silencio, hallamos dirección. Aprendemos a disfrutar la voz del Padre, su consejo tierno, su sabiduría que detiene mis días, para vivir con propósito.
Las rocas y el viento, el vapor y el sol de mediodía, la brisa que toca con suavidad…todo nos habla de su hermosura.
Cada paisaje es un lenguaje del cielo, una invitación… a amarlo más, a volver el corazón a su centro.
De las alturas del mundo a lo profundo del alma, todo nos conduce a una sola verdad: Que Cristo sea visto, y amado,como el Todo de todas las cosas.
“Así debemos vivir, mientras llega ese día feliz y maravilloso que todos esperamos, cuando se manifestará nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.”
— Tito 2:13 (TLA)